El navegante sin rumbo
Era un especialista de las puñaladas y de la sátira. De hecho, algunos compañeros de navegación le tenían hasta miedo. Sin embargo, Marcos tan solo era un ignorante que confundía su falta de educación y empatía con la informalidad, lo que le llevaba a no sentir pudor alguno cuando se pasaba horas despedazando con su grotesca lengua a quien osaba rebatirle. Nadie se libraba de sus latiguillos y pedradas lingüísticas. Para Marcos era normal hacer lo que le venía en gana, mostrarse rudo y dominar la situación, porque al menos en el barco no encontraba rival, así que él pensaba que su gamberrismo era interpretado por los demás como un gesto de liderazgo. Sin embargo, Marcos era capaz de agotar los nervios más pacientes con sus machaconas “gracietas” hasta el punto de expulsar de su lado al más samaritano de sus compañeros. Nuestro protagonista parecía un caso perdido hasta que un día disfrutando de unos días de permiso en la diminuta Isla de Turón le ocurrió algo que enmudeció su ira para siempre.
Aquella experiencia vital que le transformó ocurrió de noche y en una callejuela estrecha donde Marcos se topó de frente con un anciano que al cruzarse con él le dijo: “¡Chico! ¿Quieres saber si eres una persona apreciada? No te costará nada, es gratis”. Marcos, que de entre sus pocas cualidades sí poseía una inmensa curiosidad, aceptó el reto confiado en que aquel anciano no iba a poder dañarle.
“Está bien”, dijo el anciano. “Te voy a hacer tres pruebas que demostrarán qué tipo de persona eres y si los demás te aprecian. Lo único que te pido es que escuches con atención mis consejos y los practiques”. Marcos asintió mostrando un inusual talante colaborador.
“La primera prueba consiste en que con esta tiza dibujes en el suelo un árbol. Puede ser como tú lo desees o imagines”. Marcos cogió la tiza y comenzó a dibujar un árbol de tronco exuberante, pero sin apenas ramas y con una copa muy estrecha. Era un árbol desproporcionado.
El anciano observó que el árbol carecía de raíces. A continuación le pidió que dibujara una casa, y sin apenas reflexión, éste dibujó una casita pequeña y alejada de aquel árbol que en primer plano parecía aún más amorfo. El anciano se fijó en que la rodeó de una valla, que no dibujó ventanas ni tejado, y que de la puerta nacía un camino sinuoso en dirección al árbol.
Por último, el anciano le pidió a Marcos que chasqueara los dedos lo más rápido que pudiera con su mano más hábil hasta llegar al número cinco y que inmediatamente después se dibujara una “Q” en la frente. Marcos que cada vez se sentía más violento e incómodo con aquellos extraños ejercicios, siguió las órdenes, porque quería descubrir si todo aquello había sido una pérdida de tiempo o una broma pesada.
Al terminar las tres pruebas el anciano extendió sus manos hacia Marcos, pero éste no reaccionó. Permaneció inmóvil y con una expresión entre la extrañeza y el malestar que impulsó al anciano a comenzar a hablar en tono suave y calmado.
“Querido amigo, tienes dos virtudes que me parecen dignas de mención. Una es la curiosidad que te ha llevado a aceptar mi extraño ofrecimiento y la segunda es tu amor propio. En el tronco de tu árbol veo que eres una persona rígida y obstinada, individualista e inmadura. Este tronco simboliza tu personalidad. Al mismo tiempo tu árbol tiene una copa que se va estrechando y que es un indicativo de que te sientes oprimido y descontento. Las raíces son la fuente de la vida y el hecho de que tú no las hayas dibujado me indica que tienes muchas carencias emocionales.
Con respecto a la casa tengo que decirte que al dibujarla tan pequeña estás simbolizando que vives alejado emocionalmente del mundo exterior. Tu nivel de desconfianza en los demás se evidencia en el vallado. Al no dibujar ventanas das a entender que has estado tan sobreprotegido que nunca te paras a pensar qué consecuencias tienen tus actos. El camino sinuoso es síntoma de que no te dejas ayudar, porque eres una persona demasiado orgullosa para aceptar que otros te aporten soluciones. Y por último la prueba de la “Q” es otro ejemplo de que estás centrado en ti mismo hasta el punto de que la letra la has dibujado para que tú la pudieras leer, es decir, no te importan las necesidades de los otros y mucho menos te preocupa su bienestar. Creo que con el perfil que te acabo de describir no puedo asegurar que seas una persona que los demás estimen en exceso”.
Marcos se quedó petrificado, confundido y terriblemente angustiado. Las palabras del anciano le habían devuelto una imagen de sí mismo que nunca había visto reflejada. No había sido capaz de verse en el espejo de la verdad, porque su propia vanidad se lo había impedido. ¡Estaba tan preocupado en escuchar el eco de su voz que no había reparado en su soledad!
El ver tan claramente sus errores le había sumido en una profunda tristeza que le resultaba impropia. Mientras Marcos observaba perplejo los dibujos, asombrado de que esos simples trazos hubieran descubierto tanto sobre su mundo interior, el anciano continuó hablando: “Querido amigo, lo único que debes hacer a partir de ahora es no olvidar que cuando uno está encima de una barca no basta con guardar el equilibrio, sino que siempre hay que tener claro a dónde quiere llegar. A partir de ahora, ya sabes cuál debe ser tu rumbo. Si no cultivas virtudes, será imposible que te puedan apreciar. En tus manos está que llegues a buen puerto”.
El anciano abrazó a un hombre noqueado por las palabras y continuó su camino. Cuando al día siguiente Marcos llegó al barco para embarcar de nuevo rumbo a Copiñón se colocó en la proa y miró uno a uno a sus compañeros. Recordó lo injusto que había sido con sus críticas y se dio cuenta de cómo su manera de expresarse había moldeado en el grupo una actitud de rechazo generalizada hacia su persona. Durante años había arrancado de su corazón la generosidad para con los demás, proyectando indiferencia y hostilidad. De la abundancia del corazón habla la boca, y de la suya había emanado demasiada ignorancia y provocación.
“¿Cómo podré cambiar?” le preguntó entre sollozos al anciano antes de perderle de vista.
“No creo que quieras arrancar lágrimas de los ojos de los demás cuando tú mismo te has dado cuenta del amargo rastro que dejan las huellas del dolor. Tu cambio llegará cuando te hayas familiarizado a escuchar a los demás, porque ellos son tu rumbo.”
Durante el viaje a casa, más o menos durante tres meses, Marcos no habló, solo observó y escuchó activamente. Agudizó sus sentidos para conocer y comprender a sus compañeros. Coleccionó sus virtudes y defectos y gracias a todos ellos, al llegar al añorado puerto de Copiñón, Marcos pudo aprender por fin la moraleja de aquel viaje interior: uno puede estar solo en la isla de los sentimientos, pero si quiere ser rescatado necesita siempre de los demás. Al bajar del barco, Marcos dirigió la mirada hacia sus compañeros, bajó la cabeza y siguió mudo durante muchos meses más, llenando su mundo interior con las voces de otros, con las experiencias de muchos anónimos que le fueron acompañando en un viaje que deseaba que nunca acabara, porque era el viaje más enriquecedor de su vida. Era simplemente la oportunidad que le brindaba la vida de navegar a través de la marea emocional de otros corazones.