MAGISTRADO

“Prostitución, compraventa de intereses” Bajo este título expuse en una colectiva comisariada por Adonay Bermúdez.
Poco antes de morir, un amigo me contó que siendo niño al regresar del colegio solía tomar un atajo que atravesaba una estrecha callejuela frecuentada habitualmente por prostitutas.
Para recorrer esos pocos metros, retenía la última bocanada de aire y sujetando fuertemente los libros contra su pecho se adentraba sin levantar la mirada del suelo... En ocasiones, aquellas mujeres pronunciaban su nombre de manera dulce y sincronizada, acentuando musicalmente su diminutivo. Entonces una de ellas, siempre la misma, le cortaba el paso ofreciéndole algún caramelo que con gran dificultad lograba sacar de su pequeño bolso. Luego sin mediar palabra regresaba taconeando junto a sus compañeras. Él paso años en un orfanato y muchos más en averiguar que esa mujer tan mal maquillada y misteriosa era su madre.
Supo del motivo que le llevó a poner su cuerpo a la venta bajo las farolas, incluso averiguó que por orden de un juez ingresó en la prisión especial para "mujeres caídas“. Cárceles destinadas a las prostitutas que reincidían ejerciendo su oficio en la vía pública. Por contra, en ese entonces los burdeles eran totalmente legales, lugares de iniciación y festejo. Una buena mujer debía llegar virgen al matrimonio, paralelamente al hombre le correspondía mostrar vigorosidad y experiencia... ¿De qué manera? Moral, ley y burdel.

Sin saberlo mi amigo era un hijo de puta y su madre una santa.
¿Quién osó juzgarla?
Toga casposa de prepotente apellido
blanquecinas manos invertebradas
cilicio anclado a la piel muerta del alma.

¡Señoría!
Que reptando entre biblia y leyes condenaba
usted, que lascivo agitó frenético su puñeta inmaculada
en noches clandestinas entre piernas perfumadas.

¡Yo te condeno!
Que la túnica se tiña de hambre
y en la esquina apoden tu nombre,
Nuca con aliento de hombre,
carne penetrada por carne.

No me impresionó su muerte, era una lucha desigual entre cáncer, quimio, insensatez y nicotina, me afectaron sus noches. En las baldas de su dormitorio apilaba decenas de libros de ensayo, historia y filosofía, pero para conciliar el sueño escuchaba nanas y cuentos infantiles.

Ese día, finalizada la inauguración y entre restos de canapés e invitados una persona se interesó por mi trabajo, se trataba de un magistrado...

—Lo siento, pero está señora no está a la venta.

 

Fernando Barbarin

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