VIEJO

Un día, te sorprendes frente al espejo a una distancia tan corta que tu propia cara te intimida. Mientras te observas, con ambas manos tiras de unos extraños pliegues alojados en tu frente confiando que tras el estiramiento desaparezcan... son arrugas. Ese día cumples treinta y tantos y ya eres un tipo mayor. Tu primera reacción es buscarte ese parecido de “madurito interesante” al cual las arrugas le imprimen atractivo, pero no pasan ni 30 segundos cuando tu argumento se desmorona y eres consciente de que lo que realmente pareces es una cara usada. Ese día llega sin avisar, llega como ese último día que tras jugar con tu tren de madera lo metiste en un armario y ya nunca más lo utilizaste. Esta edad aparentemente no sirve para nada, es la transición entre la curiosidad y la soberbia, entre el tú y el usted, entre los pectorales y las tetas, los abdominales y la barriga. Te conviertes en un chaval para los viejos y en un viejo para los chavales, y ya ninguno de ellos te escucha. Así que llegado este momento, haces un paréntesis para analizar y reflexionar sobre lo vivido hasta la fecha.
Yo nunca he sabido a donde llegar, pero desde niño he tenido muy claro a donde no quería ir, y lo más importante, sabía que cosas no quería “ser” ni “hacer”. No quería una vida sustentada en lo material, ni ser yo mismo un material moldeable por las manos que desprecio. No quería que mi sensibilidad se curtiera por la dureza del camino, esperaba enamorarme una vez al mes y cabalgar junto a don Quijote. Todo esto es lo que quería porque me aterraban las vidas programadas y sobre todo aquellos que las programan. Ahora, a los treinta y tantos la gente espera de tí otras cosas. Ya no tienes cara ni de aprendiz ni de novio, y por ello, a la sociedad le gustaría que hubieras formado una familia, crecido profesionalmente dentro de la empresa y poseyeras algún apartamentito donde pasar la segunda quincena de agosto. Si no posees por lo menos dos de estas tres cosas te pueden llegar a mirar raro. Espero que nadie me mal interprete por lo que digo, yo puedo llegar a admirar a quienes disfrutan de la vida de esa manera, los que me preocupan son todas aquellas mujeres y hombres que lo hacen por presión, inercia o cierta conveniencia. Por contra, también me preocupa que cortarse el pelo o no gritar a pulmón abierto lo que piensas, se interprete como un acto de madurez. Admiro a todas las soñadoras y soñadores que hacen que esta vida sea más justa y divertida.

Si tuviera pelo, me dejaría coleta.

Imagen y texto: Fernando Barbarin

  • Categorias: Textos
  • Compártelo: